
Salir de la Violencia Psicológica y el Abuso Emocional
"La violencia puede presentarse de muchas formas: física, psicológica o emocional. Y aunque la física suele ser la más visible —golpes, empujones, agresiones—, la psicológica y emocional puede ser igual de destructiva, aunque no deje huellas en la piel. Afecta a personas de todas las edades, géneros y muchas veces se instala de forma ..."
Violencia psicológica y abuso emocional: una realidad más común de lo que parece
La violencia puede presentarse de muchas formas: física, psicológica o emocional. Y aunque la física suele ser la más visible —golpes, empujones, agresiones—, la psicológica y emocional puede ser igual de destructiva, aunque no deje huellas en la piel. Afecta a personas de todas las edades, géneros y orientaciones, y muchas veces se instala de forma silenciosa, cotidiana.
La violencia emocional incluye insultos, humillaciones, control sobre la conducta, aislamiento social, amenazas o chantajes. No necesita gritar: puede expresarse en frases que desvalorizan, en silencios que castigan, en gestos que intimidan. Lo que busca, en el fondo, es quebrar la autoestima, generar miedo y desestabilizar emocionalmente a quien la sufre.
Algunas formas comunes de ejercer este tipo de maltrato son:
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Ridiculizar o despreciar a la otra persona de forma constante.
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Controlar sus relaciones, con quién habla, a quién ve o qué publica.
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Aislarla de amistades o familia, o limitar su acceso al estudio, al trabajo o al dinero.
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Amenazar con hacerle daño (a ella, a sí mismo o a otros), o con divulgar información íntima como forma de presión.
Muchas veces, la víctima no reconoce que está siendo maltratada. O lo justifica. O cree que lo merece. Por eso es tan importante poder nombrar estas dinámicas. Y saber que, aunque no haya golpes, sigue siendo violencia.
Cuando la violencia empieza temprano
La adolescencia es una etapa de construcción intensa, pero también de gran vulnerabilidad. En esta fase, muchas personas viven sus primeras experiencias de violencia emocional, tanto en el entorno escolar como en las relaciones afectivas. El acoso escolar (bullying) es un ejemplo claro: insultos, amenazas, humillaciones sistemáticas o agresiones físicas entre compañeros que no solo dañan en el momento, sino que pueden dejar secuelas duraderas. La ansiedad, la baja autoestima, la depresión o incluso los pensamientos suicidas son consecuencias frecuentes y graves.
En las relaciones de pareja también se repiten dinámicas de control, chantaje, celos o desprecio, muchas veces normalizadas bajo la idea del “amor intenso”. Es común que chicos y chicas jóvenes sufran —o ejerzan— violencia psicológica sin reconocerla como tal. Insultos, manipulaciones, exigencias de exclusividad o vigilancia constante pueden parecer “cosas de adolescentes”, pero son señales claras de maltrato emocional.
Estas vivencias no se quedan en la adolescencia: pueden moldear la forma en que una persona se vinculará en el futuro. Por eso, es fundamental educar en el respeto, la comunicación y el consentimiento desde edades tempranas. Como psicóloga integrativa y humanista, creo en la prevención que nace del acompañamiento. Ofrecer a los jóvenes espacios seguros donde aprender a gestionar sus emociones y reconocer los límites del otro puede marcar la diferencia entre repetir patrones o romper con ellos.
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Hombres que no pueden contar lo que sufren
Aunque a menudo se asocia la violencia de pareja con mujeres como víctimas, también hay muchos hombres que sufren maltrato físico, emocional o psicológico. Sin embargo, son pocos los que lo cuentan. El miedo a no ser creídos, la vergüenza o el peso de los estereotipos de género hacen que muchos hombres silencien lo que viven.
Esta violencia puede adoptar formas sutiles pero constantes: desprecio, insultos, control, aislamiento o chantaje emocional. En algunos casos, también coerción sexual. Pero como socialmente se espera del hombre que "aguante", mostrar vulnerabilidad se convierte en una amenaza a su identidad.
Culturalmente, se ha normalizado que un hombre no debe sentirse dañado, ni pedir ayuda. Pero el dolor existe, y no desaparece por negarlo. Validar su experiencia, nombrar lo vivido y reconstruir su autoestima son pasos fundamentales del proceso terapéutico.
Desde mi enfoque como psicóloga integrativa y humanista, acompaño a hombres que han sufrido maltrato desde el respeto y sin etiquetas. Ayudo a comprender qué ha ocurrido, a romper el aislamiento y a recuperar la dignidad sin tener que disfrazarse de fortaleza. Porque pedir ayuda no es una debilidad: es una forma de salir del ciclo del daño y empezar a construir una masculinidad más libre y consciente.
En las relaciones LGBTI+, también
La violencia en la pareja no es exclusiva de las relaciones heterosexuales. También existe en vínculos entre personas del mismo sexo, en relaciones queer, abiertas, trans o no binarias. Pero muchas veces no se visibiliza. Hay miedo a no ser comprendidas, a que se minimice el problema, o incluso a dañar la imagen del propio colectivo.
En estas relaciones, la violencia puede presentarse de forma muy similar: control, celos extremos, chantajes emocionales, insultos, manipulación, silencios que castigan. Y también de formas específicas: amenazas de “sacarte del armario”, desprecios por la identidad o expresión de género, presión sexual o emocional encubierta bajo supuesta libertad.
El entorno también puede ejercer violencia: familias que no aceptan, instituciones que excluyen, círculos sociales que juzgan o fuerzan a encajar en moldes. Y todo esto puede hacer que la persona se quede atrapada, en parte por dolor, y en parte por miedo a perder pertenencia.
Desde mi mirada terapéutica, lo importante es devolverle a cada persona la claridad que la confusión del abuso ha robado. Poder distinguir entre amor y dependencia. Entre cuidado y control. Y sobre todo, recordar que ninguna identidad, ningún vínculo y ninguna causa justifican el maltrato.
Señales de alerta
Algunas señales que pueden indicar que estás en una relación violenta —aunque no haya gritos ni golpes—:
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Sientes que no puedes decir lo que piensas sin miedo a la reacción.
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Te cuestionas constantemente si lo que sientes es válido.
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Tienes miedo a molestar, a ser tú misma o tú mismo.
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Te aíslas de tus vínculos por presión directa o indirecta.
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Hay insultos, humillaciones, chantajes, silencios que castigan.
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Empiezas a dudar de tu percepción, de tu memoria, de tu criterio.
Si algo de esto te suena, no estás exagerando. La violencia emocional confunde. Justamente por eso cuesta tanto verla.
Consecuencias y abordaje terapéutico humanista-integrativo
La violencia, sea física, emocional o psicológica, deja marcas. A veces son visibles, pero muchas otras quedan dentro: ansiedad, inseguridad, bloqueo emocional, baja autoestima, sensación de culpa o vergüenza, dificultad para confiar o para poner límites. Algunas personas desarrollan síntomas físicos, trastornos del sueño o una tristeza que se arrastra durante años sin nombre claro.
Estas heridas no se borran ignorándolas. Tampoco desaparecen con frases hechas. Necesitan espacio, tiempo, comprensión y acompañamiento real.
Desde mi enfoque como psicóloga integrativa y humanista, no me centro en el diagnóstico, sino en la vivencia. Escucho lo que hay detrás de los síntomas: la historia, los vínculos, el contexto, las emociones que han quedado atrapadas. Cada proceso es único. Y cada persona necesita cosas diferentes.
En consulta, trabajamos para que puedas:
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Nombrar lo que viviste, sin culpa ni juicio.
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Reconectar con tus propios recursos.
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Reconstruir tu identidad fuera del rol de víctima.
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Recuperar tu capacidad de elegir, de poner límites, de sentirte en casa contigo.
Utilizo herramientas como la hipnosis, el mindfulness, la terapia breve estratégica o la PNL, siempre adaptadas a tu ritmo, no al revés. Mi papel no es decirte qué hacer, sino ayudarte a ver con más claridad. Para que el dolor no defina tu vida, pero sí te permita transformarla.
La violencia no es el final de nada. Puede ser el punto de partida para algo mucho más verdadero.
Si algo de esto te resuena, si sientes que lo que vives no te hace bien, si no sabes cómo ponerle nombre pero sabes que duele… no estás sola. No estás solo.
Puedes encontrar información útil en violenciapsicologica.org.
Y si necesitas un lugar seguro para hablarlo, este espacio está abierto para ti.



